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                        Hablar de Mikhail Tahl suele empujar a utilizar
                        términos a la altura del personaje. Por eso, ante
                        muchas de sus partidas sólo se puede hablar de
                        genialidad, de creación de continuos golpes inesperados
                        a través de una concepción del ajedrez distinta al
                        resto. Cuando Tahl conseguía llevar una partida al
                        mundo de las complicaciones, las ideas empezaban a
                        cruzar por su mente de forma relampagueante, como
                        fogonazos capaces de dar energía a una ciudad entera...
                        en esas situaciones era feliz y el maestro que se
                        encontrara sentado enfrente, sólo podía intentar
                        agarrarse con fuerza a lo primero que tuviera a mano
                        para que la tempestad no le arrastrase a las
                        profundidades. Eso, exactamente, fue lo que le ocurrió
                        a Portisch durante el Interzonal de 1964, en el que tuvo
                        que sufrir los constantes golpes de un genio
                        descontrolado cuyo brillo en los ojos hacía presagiar
                        todo lo que se desencadenó después en el tablero. 
                          
                                
                        Cuentan los que vieron la partida, que fueron la
                        mayoría de participantes del torneo (los cuales se
                        arremolinaron alrededor del tablero ávidos de ver lo
                        que estaba ocurriendo), que Portisch estaba dominado por
                        el miedo, recibiendo cada sacrificio con temor y
                        consumiendo una gran cantidad de tiempo en cada jugada.
                        Al reproducir la partida, parece que las negras tienen
                        una gran desventaja, pero cada nueva jugada incisiva
                        ideada por Tahl parece dar vida a la posición y poner
                        contra las cuerdas a su rival... y fueron muchos los
                        movimientos sorprendentes que torturaron a Portisch
                        hasta que, exhausto, se pudo levantar de la silla tras
                        lograr unas tablas casi milagrosas. Caminando
                        pesadamente, con la mirada perdida en un rostro marcado
                        por la tensión, Lajos abandonó la sala de juego sin
                        fuerzas para analizar una partida que casi le cuesta la
                        salud. Mientras tanto, un feliz Tahl mostraba alguna de
                        las variantes de la partida, así como alguna idea
                        sorprendente que se le había ocurrido durante el juego
                        y no se decidió a poner en marcha... a estas alturas
                        podemos aseverar que Mikhail Tahl fue un jugador único
                        e irrepetible. 
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