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                                     Con
                        la profesionalización del ajedrez la vida de los
                        jugadores se ha normalizado, ya que se pueden dedicar en
                        exclusiva a este deporte. No ocurría lo mismo en el
                        siglo XIX y a principios del XX, donde los ajedrecistas,
                        en muchas ocasiones, tuvieron vidas ajetreadas y llenas
                        de aventuras. Uno de los casos más destacables es el
                        del francés Pierre Charles Sain Amant, cuyas idas y
                        venidas a lo largo del mundo le convirtieron en un
                        personaje de película. 
                                   
                        Saint Amant descendía de una familia de nobles que fue
                        desposeída de todos sus bienes durante la Revolución
                        francesa, por lo que nuestro protagonista no pudo
                        disfrutar de los privilegios reservados a la nobleza.
                        Esto hizo que aplicara su imaginación, mil veces
                        demostrada en el tablero, a su vida. En su juventud
                        destacó en el mundo de los negocios (además de en el
                        mundo del ajedrez), siendo el secretario del Gobernador
                        de la Guayana francesa en América. De este trabajo fue
                        despedido por sus continuas quejas en contra del tráfico
                        de esclavos que se aun persistía en la región. 
                                    
                        A los 23 años se hizo comerciante de vinos, actividad
                        en la que consiguió destacar y hacer una pequeña
                        fortuna. En esa época empezó a labrarse una reputación
                        en el mundo del ajedrez y lo hizo gracias a los viajes
                        que realizaba a Inglaterra para gestionar sus negocios
                        vinícolas. Cuando cruzaba el Canal de la Mancha
                        aprovechaba para desafiar a alguno de los ajedrecistas
                        ingleses, como Walker, Fraser o Cochrane, a los que fue
                        derrotando uno tras otro de forma relativamente
                        sencilla. 
                          
                                    
                        Su periplo por tierras inglesas tuvo su colofón con su
                        enfrentamiento contra Howard Staunton, considerado por
                        muchos el jugador más fuerte del planeta. Los duelos
                        entre los jugadores británicos y franceses iban más
                        allá del tablero, la tensión reinante recordaba a las
                        batallas protagonizadas décadas atrás entre las tropas
                        napoleónicas y las británicas, siendo seguidos con
                        gran interés en ambos países. Saint Amant logró
                        sorprender a su rival y se impuso de forma muy ajustada:
                        +3 -2 =1, logrando de este modo el hito más importante
                        de su carrera. 
                                    
                        Howard Staunton, fiel a su carácter, se tomó la
                        derrota con muy mal humor y exigió una revancha 'más
                        seria' a su rival, la cual tuvo lugar en el café
                        parisino de La Régence con 100 libras de premio.
                        El duelo no tuvo desperdicio y mantuvo la brillante
                        senda abierta por Labourdonnais y McDonnell. Se trató
                        de cuidar hasta el último detalle, incluso se puso
                        fieltro en la parte inferior de las piezas para que no
                        hiciesen ruido, algo muy común en la actualidad, pero
                        no tanto en aquella época. Las piezas fueron traídas
                        expresamente de Londres por Staunton. Las partidas daban
                        comienzo a las 11 de la mañana y se alargaban hasta las
                        20 horas. El gran culpable de la larga duración de las
                        partidas fue Staunton, que meditaba sus jugadas durante
                        mucho más tiempo que su rival (este hecho llevó a
                        Saint Amant a sugerir la utilización de relojes durante
                        las partidas de torneo, algo que no se llevaría a cabo
                        hasta unas décadas después). El comienzo fue
                        desastroso para Saint Amant, que en las primeras 8
                        partidas sólo pudo lograr unas tablas, sumando 7
                        derrotas. En la novena partida logró su primera
                        victoria, lo que supuso un gran alivio para el francés,
                        que al finalizar la partida se puso en pie y dijo: "He
                        salvado el honor". El resultado final fue de
                        13-7, con 6 triunfos para Saint Amant y 11 para Staunton. 
                          
                        Encuentro
                        entre Saint Amant y Staunton en La Régence 
                                   
                        Saint Amant intentó que se organizase una revancha,
                        algo a lo que Staunton, inexplicablemente, se negó.
                        Esto aumentó su mala fama, ya que en aquella época
                        imperaba la caballerosidad y no aceptar un reto era
                        considerado un acto de cobardía. Durante algo más de
                        un año ambos jugadores se mandaron cartas con velados
                        ataques llenos de ironía, además de un cruce
                        interminable de artículos incendiarios escritos por
                        ambos en revistas y periódicos... pero nada de esto
                        cambió la situación ni las negativas de Staunton. 
                                    Tras
                        estos altercados, sus apariciones en el tablero fueron
                        decayendo con gran rapidez y su nombre pasó a un
                        segundo plano dentro del panorama ajedrecístico. Su
                        vida no se limitó a sus logros comerciales y sus
                        victorias en el ajedrez, también fue actor, coqueteó
                        con las letras a través del periodismo y fue capitán
                        de la guardia en el Palacio de las Tullerías, lo que más
                        adelante le sirvió para obtener el puesto de cónsul
                        francés en Acapulco. Tras tantas idas y venidas logró
                        hacer una gran fortuna, la cual le permitió adquirir
                        una inmensa propiedad en Argelia donde se retiró a
                        pasar los últimos años de su vida. Tristemente,
                        falleció unos años después en un accidente al caerse
                        de su carruaje. 
                        Javier
                        Cordero Fernández 
                        (4
                        Marzo 2012)  |